¿Y qué nos queda después de esta tormenta de amor?
la calma satisfecha de los desastres que causó su paso,
esos truenos orgásmicos y esos relámpagos gemidos,
tan solo susurros y sollozos del temporal acuoso.
¿La conciencia de haber dado lo mejor?
¿La incertidumbre de haber amado
sin la certidumbre de ser amado?
¿Qué nos queda después de amar,
el sabor melancólico de sus escusas increíbles?
La confusión por la mentira asecha…
Qué enervantes suelen ser las palabras
ensalivadas de un “te quiero” o un “te amo” (Gestalt)
Qué agónicas palabras ahogadas de un “yo también”.
Tan solo queda la frustración y el dolor
un cierto hedor a mohosos recuerdos
un polvorín de cenizas de lo que fue la pasión
un orgasmo reducido a una esputa sensación.
Como es enfermedad, cenizas que se las lleva el viento
como esporas que engendran podredumbres embarazos
son enervantes tu risita de niña buena y tus ojos mentirosos,
yo fingía mejor creer, como los devotos en sus romerías
yo te diré que queda después del amor: la resignación ante la muerte
de un sentimiento. Todo muere, nada permanece.
No nos queda nada, nada!
Nada, nada, nada, nada, nada, nada, nada, nada.